Tras meses de ganarme la confianza de Héctor, por fin lo acompañaba en su avioneta. Sabíamos que trabajaba para los carteles, pero no cuál era su labor.
-Ahhh, esta parte me recuerda los ochenta -dijo feliz al sobrevolar el norte de Miami Beach-. Era tal la demanda de coca, que dejamos de perder tiempo con pistas lejanas y ocultas. Volábamos hasta acá, y ¿ve las casas después del campo de golf? El patrón compró tres cuadras. No alcanzaba a gastarse todo el billete. Sobrevolábamos bajo y dejábamos caer los atados de droga, sin importar que rompieran techos. Salían directo a las calles o se enviaban al norte en camiones.
-Fiuuuu -silbé impresionado.
-Esa fue la época dorada -dijo y suspiró-. Luego la DEA empezó a apretar. No ayudó que un paquete cayera en el campo de golf y dañara el green preferido del alcalde.
-Después del once de septiembre sería peor, me imagino -dije para traerlo al presente, lo que me interesaba.
-Claro. Se volvió imposible traerla en avionetas.
-Buen momento para retirarse, entonces.
-Jeje, Alejo, ni tanto. La droga llega al sur de Estados Unidos en submarinos, lanchas, camiones, autos. Pero hay formas más eficientes de llevarla al norte, ¿no?
[Alejandro Rodríguez]
Muy bueno.