Progreso

La camioneta, montada sobre el andén y el hidrante, parecía una fuente con el agua que salía a chorros por sus ventanas.

-Supongo que fue la causa de todo -dijo el teniente Rodríguez y señaló al hombre de traje, empapado en agua, de pie a unos metros de la camioneta-. Habrá querido eludir a los del choque..

-Hubiera podido pasar por el otro lado -dije-, si el viejo no abandona su auto para irse caminando.

-¿Caminando? ¿Cómo así…? ¿Qué le pasó?

-Lo desesperaron los gritos del flacuchento -lo señalé en la ambulancia-. Un ataque de nervios.

-Ah… Entonces él comenzó todo.

-No, fue la señora -señalé a la mujer de unos cincuenta años que tomaba agua en un andén, el rostro enrojecido, el pelo hecho una bola de sudor, las gafas en el pasto-. No avanzó. Quería pasar al carril central de la avenida, metiéndosele a los carros poco a poco. Ya sabe, como se acostumbra. No fue capaz. Entró en crisis y se pegó a la bocina para que le dieran paso. Fue inútil, con la falta de civismo. Los bocinazos estallaron los nervios del del flacuchento, que chocó al de adelante. El viejo se desesperó y se fue. La camioneta buscó otro camino y toteó el hidrante. Los heridos fueron por otra discusión más atrás, que terminó en pelea.

-Qué caos -dijo el teniente y llenó de aire sus pulmones-. ¿Qué sugiere, Pérez? ¿Qué hacemos?

-Corrámonos un poco que nos estamos mojando.

-No, hombre -dijo fastidiado-. ¿Qué hacemos para mejorar esta intersección? Ya es la tercera vez que pasa algo grave. Cada vez es peor.

-Ah… ¿Qué tal una campaña educativa?

El teniente alzó las cejas y suspiró.

-Por ahora instalemos un semáforo.

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