Marte, año 2038

Foto de Nasa

Julio Chang levantó la vista del holograma. En el otro extremo del módulo habitacional, un fideo verde y baboso, de medio metro de alto, se arrastraba hacia él.

–Terrícola, saludos de los andromeditas –dijo una voz metálica, que al parecer salía de un rectángulo negro anudado a la parte superior del fideo.

Julio no dijo nada y volvió a concentrarse en el holograma. Veía un documental sobre el ciclo del agua en la Tierra.

–¡Terrícola! –El fideo subió la voz–. Saludos, vengo de Andrómeda. ¿No le sorprende mi presencia?

–Lo mismo me preguntó un perro azul hace unos días –dijo Julio, despectivo, sin alzar la vista–. Una alucinación más.

–Vengo de KN1567, nombre que ustedes le han dado a la estrella de mi sistema planetario de origen. Su especie ha cumplido el criterio para realizar un primer contacto con nosotros los andromeditas: establecer una colonia en otro planeta de su sistema solar. Apenas detectamos la presencia de seres humanos en este planeta, me enviaron a contactarlos.

–Esta vez te superaste, Julio, una alucinación bastante real, ts, ts –negó  con la cabeza sin retirar los ojos del fideo–. La próxima vez imagina una mujer atractiva.

–¡Soy real! –tronó el fideo. Hizo una pausa–. Mmm, perdón por el tono. No esperaba esta reacción. Generalmente las especies inteligentes se sorprenden o emocionan. En fin, de cualquier manera admiramos el logro de la especie humana de llegar a Marte, como lo llaman. ¿Cómo lo hicieron? ¿Unieron todas sus unidades políticas… países… en un esfuerzo por colonizar un nuevo planeta?

–No, llegamos acá gracias a un reality show.

–¿Un qué?

–Un reality show, un programa de telerrealidad. Ahí está la única cámara que no logré destruir –Julio señaló hacia una burbuja de vidrio blindado en el techo del módulo–. Dígale “hola” a los televidentes.

Saludó con la mano dándole ejemplo al fideo.

–¿Un programa de televisión? –El fideo dio un respingo de sorpresa–. ¿Para colonizar un planeta?

–Al comienzo fue un éxito. El viaje, los problemas, la instalación de los módulos. Después, bueno, después se instaló la rutina. Como podrá imaginarse, aquí no hay mucho que hacer. En este momento habrá unas quinientas personas observando el canal, más por azar, por canalear, que porque haya fanáticos. Aunque… si de verdad usted no es una alucinación, a lo mejor rompamos el récord de audiencia… Creo que el actual está vigente desde el día en que se zafó una placa protectora y casi morimos todos asfixiados por falta de repuestos para el destornillador eléctrico.

–Pero, ¿cómo así que un programa de televisión?

–Ay, lo mismo me pregunto cada día… Le explico. Los programas de telerrealidad comenzaron filmando gente por el morbo de la convivencia. A alguien se le ocurrió encerrar a varias personas en una casa y filmarlas las veinticuatro horas del día. El famoso programa del Gran Hermano. Después pasaron a filmar a gente cocinando, luego a gente que quería adelgazar, cantar, ser modelo, vivir en la selva… hasta que llegamos a esto. La exploración espacial financiada por la telerrealidad.

–¿Pero dónde están los demás?

–Helmut enloqueció. Extrañaba el verde, la naturaleza, y ahora hace hace ruidos de vaca o marrano todo el día y corre de un extremo al otro de los módulos. Ahora debe estar dormido… gasta mucha energía. María dijo un día que estaba harta del encierro, que salía a dar una vuelta, que quería ser libre. Salió de los módulos… sin traje espacial. Taliana, en cambio, sí salió con traje espacial. Nunca volvió.

–Bueno… no es lo que esperaba encontrar. Siendo así, este seudo proyecto no cumple los criterios para entablar contacto con la especie humana… Regreso a Andrómeda.

–No, no, no –dijo Julio afanado y se puso en pie de un salto–. Vaya a la Tierra, tiene que ir.

–¿Para qué? ¿Para negociar con los más altos dignatarios un tratado de cooperación?

–No. Para que por favor me lleve de regreso.

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