Siempre vuelvo a la rueda. Quiero subir de nuevo mientras gira y gira. Pero llegué hace quince minutos y justo un perro, un pastor alemán, me ladró con rabia. No sé por qué la emprendió contra mí. No quiero hacer nada malo. Solamente subir y dar vueltas, reír y gritar. Finalmente el perro se cansó y avance unos metros. Justo entonces, no sé por qué, los adultos se llevaron a los niños. “Hace frío, entremos ya”, dijeron. Ahora la rueda está vacía y no da vueltas. Igual a cuando, estando en ella, me caí al tratar de robarle un juguete a uno de los niños del barrio y me torcí el cuello. La rueda duró días y días con una cinta amarilla, quieta. [Federico]